ESPECIAL DIA INTERNACIONAL DE LA MUJER

Una gata en el sillón rosa

Arremolinada en un viejo sillón de fines del siglo XIX de gastado tono rosa, una gata de Ontario se dispone a celebrar el Día Internacional de la Mujer en compañía de su ama, Katherine Lester. A juzgar por la pereza que no se molesta en ocultar, queda claro que no se moverá del curvado mueble; tampoco da señales de tener opiniones distintas acerca de los perros: “Son unos tontos”, desliza mientras estira con medidos gestos sus patas delanteras y se asegura de la afiladura de sus garras. Al advertir nuestra extrañeza, explica. “Sí, tontos, infantiles; les alcanza pasar el día jugando con roñosos peluches y aullando si se quedan solos por minutos; quieren siempre alguien a su lado”. El paso de un mínimo ratón, la distrae por segundos, los suficientes para medir su desplazamiento, si quisiera perturbar al inocente roedor. Pero ya lo dijo, no se moverá de su cueva rosa. “Y dependientes”, agrega desconcertando a su interlocutor, sin duda distraído por los rápidos pasos del asustadizo ratón que, por momentos, se queda paralizado ante la visión de la gata. “Lo son tanto”, proclama en un nada sutil manifiesto de la suya que parece enarbolar un cartel a toda vista: “Soy independiente”. Minimiza las contradicciones: “No pedí –ni necesitaba- la cesta de mimbre; tampoco el edredón; no me niego a usarlo, ¿quién se negaría a las plumas de ganso? sólo un ganso...”, replica, riéndose de su propio chiste. Contra toda previsión, confiesa profesar admiración hacia los humanos. “Me conmueve esa febril insistencia y diaria épica, las pequeñas costumbres, ese ir y venir laborioso y agotador; ¡hasta parecen ardillas! Los miro con compasión, lo que no quiere decir que no me parezcan las más de las veces extrañas criaturas. Usted mismo, es tan raro”. Cuando me despido, su mirada acompaña mis pasos.
¿Alguien duda de que soy una presa ante sus ojos?